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lunes, 23 de octubre de 2017

Los fantasmas hoy son prisioneros del tiempo en la cárcel La Catedral


De La Catedral que le construyó el gobierno a Pablo Escobar, en el valle de La Miel, en Envigado, Antioquia, Colombia, para tratar de encerrar su maldad, no quedó piedra sobre piedra. Todo desapareció en el festín del saqueo, público y privado.

Lo único que no lograron arrancarle a la montaña fue esa sensación que deja la muerte cargada de odios, de las energías trascendentes de los asesinados por Pablo, que se sienten en las noches, que desatan presencias infrahumanas, gritos y sonidos; que deambulan, como almas en pena, a la espera de que les abran puertas en el más allá para, por fin, escapar de este mundo de tantas cosas inexplicables, comenta el monje benedictino Elkin Ramíro Vélez García, un ermitaño que deambula por esos parajes.


De catedral a capilla:

El monje es el penúltimo de una familia de doce hermanos con estudios en filosofía, teología, educación religiosa y comunicaciones, entre otras carreras y maestrías.
Quienes lo conocen y van a la montaña a que les ayude a liberar sus penas, a alcanzar sueños terrenales e incluso a borrar pasados de maldad y sufrimientos, lo identifican como un ser con fuerzas superiores, liberador, enigmático, capaz de leer la mente, conducirla hacia futuros de paz y libertad; un religioso extraño, devoto, dedicado a la oración, lejano, que convive con los muertos; un ser con capacidad de expulsar energías, crueldades y otras miserias que se acumulan en el paso por vidas colmadas de yerros.

Hace 11 años, después de que la administración de Envigado decidiera arrasar con lo que quedaba de La Catedral y el nombre de Pablo Escobar en la montaña, los monjes benedictinos Gilberto Jaramillo, como padre superior y Elkin tocaron a la puerta del alcalde de ese entonces, Héctor Londoño, y le pidieron que les entregara ese lote baldío para ellos crear un asilo y una capilla.

Londoño, que conocía su obra y de los benedictinos en Envigado, se convenció de la bondad de la misión y les cedió el terreno en comodato.

La obra comenzó con una carga de ataques incompresibles. Los primeros, imposibles de entender y enfrentar para una persona común e incluso para religiosos, llegaron desde la propia montaña.

Róbinson y Rubén, otros dos monjes que los acompañaban en la tarea, fueron las primeras víctimas de lo que pasaba en la montaña de La Catedral. No aguantaron la presión de las almas de las víctimas, sus sonidos y quejidos. Las puertas que se abrían y cerraban, las luces que se encendían y apagaban sin razón alguna, los llevaron a renunciar.
“El padre Gilberto a veces me preguntaba, ‘quién era la gente que andaba contigo’... padre cuál gente, yo venía solo. Otras veces me decía, ‘qué hacías en el bosque’”.

Las respuestas a sus preguntas lo confundían y terminaban por confundir al propio monje Elkin. “Padre, llevaba horas sin salir de mi cabaña orando (...) Crean o no, estas cosas sucedían y siguen sucediendo”, cuenta el religioso.

Para tratar de frenar la obra, con intereses santos y no tan santos, a los monjes se les acusó de todo. Se les señaló de enemigos de la fe, que utilizarían la montaña para beneficio propio, hacer lagos para patos y destruir el medio ambiente, incluso les montaron un operativo para desmantelar un supuesto horno crematorio, cuando lo único que tenían real en su campamento era un horno microondas.

Asilo modelo

También los atacaron personas prestantes que querían comprar el lote, buscadores de guacas, oportunistas, políticos y personas cercanas al capo, algunas de las cuales soñaban con montar allí un museo en su honor y, de paso, agujerear cada centímetro de tierra, convencidas de que debajo de ella se ocultaban fortunas.

Una década después y luego de superar mil dificultades, el hogar geriátrico del valle de La Miel es ejemplo nacional. Así ha sido reconocido por instituciones especializadas en este tipo de albergues. Lo maneja la Fundación Monástica Santa Gertrudis la Magna. La alcaldía y el empresario Alejandro Castaño Ospina, propietario de Laboratorios Delta, de Pereira, escucharon la voz de los monjes y contribuyeron, de manera significativa, en las construcciones.

Allí se erigió un santuario, el tercero en el mundo, a la Virgen María, en su advocación a la que “desata los nudos”. El primero del año 1700 está en Alemania y el segundo en Argentina, llevado por el Papa Francisco.

65 abuelos, algunos con problemas siquiátricos y discapacidades físicas; otros con familias numerosas, pero con un pasado de maltratadores, borrachos, dilapidadores de fortunas, viciosos y otras locuras de juventud y adultez, que los dejaron en la calle, son quienes se benefician del amor y las atenciones de los monjes, enfermeras, médicos, recreacionistas y gerontólogos que atienden el lugar, el cual, por su arquitectura y comodidades, bien podría albergar a abuelos estrato seis.
“Después de llegar aquí, solo me queda alcanzar el paraíso”, dice el abuelo William Román.

El mantenimiento, que es costoso, es posible por el apoyo de la alcaldía, cuyo jefe actual, Raúl Cardona, “pese a su temple y disciplina, porque todo sea perfecto, nos sigue apoyando. Él quiere la obra, él ama a los abuelos y nos acompaña”, comenta el monje.
Abad Primado

A comienzos del mes en curso, el monje Elkin, quien fue mano derecha del sacrificado obispo de Cali y antes de Apartadó, monseñor Isaías Duarte Cancino, en el Sínodo de Obispos de la Iglesia Católica, Apostólica Anglicana, celebrado en Atlanta, EE.UU., fue nombrado primer Abad Primado en la historia de esa congregación.

De esta forma, a la numerosa familia conformada por doña Teresita García, de 94 años, quien goza de plena salud, y don Libardo Antonio Vélez, (q.e.p.d.), cuenta con un segundo obispo, si se tiene en cuenta que otro de los hermanos de monseñor Elkin, José Mauricio Vélez García, es el actual obispo auxiliar de Medellín.

Puede resultar una paradoja, pero en el mundo solo hay dos familias con obispos en esas dos congregaciones de la Iglesia: la Católica, Apostólica, Romana y la Católica, Apostólica, Anglicana.

Monseñor Elkin, regresó a la capilla de la virgen que desata los nudos con la misión de dirigir a su rebaño y hacer crecer su iglesia, conformando pequeñas comunidades, tal como lo hizo San Benito para extender la fe y la palabra de Dios en el mundo.

Fiel a su misión benedictina, ora et labora (reza y trabaja) el Abad Primado, como lo ha hecho siempre, luego de su labor en el asilo, se interna en un silencioso bosque de pinos para orar, horas, noches y días en una cabañita aislada donde tiene su propio altar, prepara sus alimentos y se encarga de mantenerla impecable.

La cabaña alberga algunos restos de aquello que fue el banco de Escobar. Allí solo podía entrar el capo, nadie más, bajo amenaza de muerte, ni alias “Popeye” se podía siquiera asomar. Quedan algunas pequeñas cavas en las que el capo, luego de contar y contar, almacenaba dinero por denominaciones, de un dólar, dos, cinco, 100... Luego llegó a tener tanta plata que la contaba y pesaba con máquinas especiales. Cuando le llegaron más y más dólares, los convirtió en lingotes de oro.

“El día que le tocó dejar La Catedral, porque él jamás se fugó. Lo suyo fue una salida normal, le avisaron con suficiente anticipación que llegarían por él. Entonces, empacó su plata y otras pertenencias, las mandó a otro lugar y esperó la noticia definitiva. Cuando esta le llegó no salió saltando por techos, túneles, solares o abriendo trochas, como un fugitivo, un hombre o un animal acosado. Salió como sale Pedro de su casa”.

Peregrinación:

En sus primeros años la capilla se convirtió en un lugar de peregrinación para miles de personas que acudían allí a misas de sanación. Aunque toda misa es de sanación, aclara el Abad Primado.
Los sábados, cuando se ascendía a la capilla por una trocha serpenteante, llegaban al sitio más de 20 buses cargados de feligreses del Valle de Aburrá. La imposición de manos empezaba a las 9:00 a.m. y a las 3:00 p.m. la fila, de cientos de personas, ocupaba varias cuadras a la espera de ser ungidas. Por acatamiento y respeto a decisiones de la Arquidiócesis, que veía tales congregaciones como romerías, se suspendieron estas ceremonias. Algo tienen la montaña, la capilla o el monje que siguen subiendo, por cientos, quienes esperan bendiciones en un espacio que dejó de ser un sitio de la maldad para convertirse en un centro de paz y fe.
Actos de liberación

Los bosques y sitios que ocupó el falso penal han sido objeto de exorcismos, algunos dirigidos por sacerdotes, otros por personas doctas en el tema, incluso se trajo a un vudú haitiano, único país del mundo consagrado al demonio, con amplios conocimientos en asuntos de cristianismo y religiones africanas, animistas y fetichistas, para buscar la paz y alejar a las almas de quienes allí penaban, pero resultó infructuoso.

“Todos —dice el Abad Primado— tenemos que cumplir un ciclo en la tierra y el Señor jamás llama a nadie antes de tiempo. Ni crea que esos niños que hoy asesinan o se matan en motos era que el Señor los necesitaba jóvenes. No, así no llama el Señor a nadie”.

Alias “Popeye”, único lugarteniente de Escobar, de los que sobrevivieron y purgaron sus penas en prisión, cuando puede se asoma por la capilla. “Aparece a pedirme la bendición y a preguntarme si se va a ir para el infierno. Una bendición no se le niega a nadie. Para lo otro habrá que esperar, comenta el abad.

Contrario al resto de los mortales que habitan la montaña, el Abad Primado parece vivir en santa paz con todo el mundo, incluso con las almas que penan. Algunos ancianos aseguran que no pueden dormir por los partidos de fútbol que se juegan a medianoche en el patio donde jugaba Escobar, otros que ven sombras, otros que ven pasar al Abad Mayor cuando él ni siquiera ha abandonado sus sesiones de oración en la montaña.

En 11 años que lleva el Abad Primado en el lugar, por segunda vez en su vida, pese a que está casi al frente de su cabaña, este acompañó a EL COLOMBIANO en una caminada, por unas escalas de cemento, perdidas en el musgo que sale de la humedad y el abandono.

Dicen los lugartenientes de Escobar que por esas escalas conducían a los enemigos del capo para ser asesinados. En ese pasadizo había un pequeño puente, al que llegaban suicidas para pretender acabar allí con sus vidas.

La montaña tiene algo extraño. Se tragó y desapareció por casi una semana al padre Calixto (Gustavo Vélez), quien conocía esos bosques y sus caminos como la palma de la mano. “Aquí llegaba Calixto a saludarme e invitarme a sus caminadas. Eso era para él su propio santuario. ¿Después de tantas cosas cuál es su sueño monseñor? Espero me entienda, periodista. Compartir con los muertos, llegar a la clausura total. Sí, he orado por Escobar, por ‘Popeye’, por todo el mundo. También he rechazado a personas que llegan cargadas de malas energías, tanta, que solo me queda decirles aléjese de mí, no soy siquiera capaz de levantar mi mano para bendecirlas”.

Algo raro tiene esa montaña, reafirman en la congregación Católica Apostólica y Anglicana: ese mismo lugar albergó a Pablo Escobar, el capo más implacable del mundo en la historia del narcotráfico, y ahora santuario de su primer Abad Primado.

Fuente: El Colombiano.com

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